sábado, 18 de marzo de 2017

CAPÍTULO 8

El Color De Sus Ojos

...

Llamada a larga Distancia.

Mariza: Agnés, enserio entrañaba escuchar su voz
Agnés: Señorita Mariza, quería agradecerle por el regalo que me ha enviado, es fantástico.
Mariza: Agnés el agradecimiento es de mi parte, has hecho mucho por mí. Quería saber si tienes noticias sobre mi hermano.
Agnés: La verdad, es que es más difícil de lo que se ve, pero cuando me encontraba en Ecuador, descubrí pequeños datos. A lo mejor será que se ponga en contacto con su Padre y hablen sobre aquel tema de su hermano.
Mariza: ¡NO!, es una Mala idea, de seguro papa tuvo algún contacto con él, puedes revisar su agenda, ¡ah!, revisa su despacho.
Agnés: ¡Señorita!, ¿Cómo podría hacerlo?
Mariza: entra por la puerta y .....
Agnés: Claro que se cómo hacerlo, quiero expresar que, sería un Traición, podría despedirme.
Mariza: Solo quiero, saber más, no puedo esperar, sabes, mi tolerancia se ha terminado y lo único que quiero es conocerlo, así sea no poder mirarlo como es, pero...
Agnés: llegara el día, en el cual usted pueda abrir verdaderamente sus ojos.
Mariza: Aquel día ya no existe, y lo único que puedo hacer es seguir viviendo de la peor manera.
Agnés: ¡No!, no se le ocurra mencionarlo de nuevo señorita....Agnés, ¿podrías desplazar las cortinas?, ¿con quién platicas?.... La señorita Mariza está en la línea.
Didier: ¿Mariza?
Mariza: Oh Padre, cuan agradable es volverte a escuchar, cada vez que intento llamarte, no te encuentras en casa.
Didier: Oh cariño, lo lamento, la verdad es que me encontrado bastante ocupado, tratando de encontrar ...
Mariza: ¿Encontrar qué?
Didier: algo, que pondrán muy feliz a mi hija.



Mi madre había preparado una merienda deliciosa, pues no frecuentaba hacerlo, ¿acaso tenía que contarme algo?, incluso ¡HIZO POSTRE!, por Dios hace mucho que no lo hacía, al mirar aquella vajilla, solo alce la vista, intentado averiguarlo, tomo asiento en aquella mesa pequeña, sus ansias llegaban hacia sus dedos.
— ¡Hemos acabado de pagar el crédito! — dijo, que al instante, tome un trago de agua.
—Puedes despedirte de este lugar, así podremos mudarnos a "nuestra nueva casa" —agrego mientras levantaba las manos hacia el cielo.
—wau, enserio, Mama te felicito — dije, llevándome un bocado de comida, con ello analizaba el pequeño departamento, había llevado mucho tiempo aquí, lo suficiente para saber que la puerta principal, no tiene seguro, que la cocina mide un metro, que la ventana de la cocina fue rota por accidente, la remplazamos por una cartulina blanca, lo suficiente para conocer el horario de discusión de los vecinos.
—Además— dijo mirándome de reojo —una parte del dinero ira para tu universidad— dijo con tal rapidez que al tiempo la mire dejando caer el cubierto sobre la mesa.
—Antes de que comiences con eso de que "ya lo hablamos" — interrumpió, dejándome callado— Quiero que hagas lo que amas, ya deja por un momento de preocuparte por los demás, lo has hecho bastante, incluso, pasaste a estudiar los fines de semana—dijo, colocando sus codos en la mesa
—Solo fue el último año— interrumpí
— Pero quiero que sigas haciendo fotografías, quiero que pienses en tu futuro, solo...tomate un tiempo y piénsalo—dijo.
La habitación se había convertido en el silencio, aquella mujer había luchado por muchos años, por sacar a su hogar adelante, ya me sentía suficientemente adulto, quiera lograr muchas cosas, pero, quiera hacerlas por mi propia cuenta, ¿estudiar la universidad?, claro,¿ pero a cuestas de mi Madre?
TIM, TIM, TIM, aquel ruido otra vez, me levante de la mesa, mientras caminada a la cocina conteste.
—Hola, ¿no son las tres o cuatro de la Mañana?— dije, entre risas, limpiándome las manos en una servilleta.
—Sabes, solo te he dejado descansar, además te he llamado, porque me han robado— dijo Mariza con su tono neutral.
— ¡Que! ¿Como? ¿Estás bien? ¿Dónde te encuentras? — pregunte mientras corrí hacia la habitación, no podía imaginármelo, solo quería seguir escuchándola.
—Que me han robado, ¿cómo lo han hecho?, no lose, si, estoy bien, pues saber dónde me encuentro, eso es lo más difícil, además eh salido sin el brazalete— dijo, la tranquilidad es algo característico en ella, pues no tenía miedo.
— ¡No tenías el brazalete, no bebiste salir de casa!— agregue, mientras en el escritorio yacía la cámara cargándose, la desconecte y la metí en la mochila.
—solo llamo, para que me ayudes, no para que me regañes, además es el único número que me sé— dijo Mariza.
— ¿Qué es lo que escuchas? —dije, que al instante guarde silencio.
— mmmm, un montón de carros, mmm ven divierte, tenemos la promoción de viernes dos por uno aquí en tu cafetería aroma a café, Samuel lo has escuchado— dijo.
—Sí, no vayas a ningún lugar— mencione, finalizando la llamada, corrí hacia la salida, Aroma a Café, Aroma a Café, Aroma a Café........, tome la llaves que se encontraban en la mesa.
—Mama, por casualidad sabes dónde queda la cafetería Aroma a Café— pregunte, abriendo la puerta.
—Cómo olvidarlo, está en la avenida América, frente al centro comercial— contesto, llevando los platos al fregadero.
La luna se encontraba en su punto más alto, son las nueve y treinta de noche, he buscado a Mariza en el centro comercial, cruzando la calle esta aquella cafetería, eh rodeado toda la cuadra, pero no logro encontrarla, su voz sonaba tranquila a través del teléfono, solo quería saber si se encuentra bien.
— ¡MARIZA! —grite, intentado hallarla.
— ¡MARIZA! — grite, por segunda vez, con la desesperación en la garganta.
— ¡Callen a ese loco! — era la voz de Mariza, sentada en la acera cubriéndose con el abrigo, mientras un auto rojo pasada por la calle logre llegar hacia ella.
—hay que aprovecha el viernes dos por uno—mencione inclinándome cerca de su oído, al instante la chica se puso en pie, salto hacia Samuel, que al tiempo el chico la estrecho entre sus brazos.
—Uno bien cargado— dijo, respirando cerca del tórax, engancho su brazo hacia el mío y caminamos hacia la cafetería que esta se encontraba llena, el aroma a café, es evidente en el ambiente.
— Pues la única mesa disponible se encuentran en el jardín, con el frio que hace, nadie la quiere— dijo el mesero, mientras llevaba una bandeja vacía, nos habíamos decido por ella, caminamos entre las mesas ajetreadas, en la puerta del fondo se encontraba el jardín, la mesa fue armada de inmediato, al lado izquierdo se encontraba un cama elástica redonda, al otro lado un auto viejo, que tal vez funciono en un lejano tiempo. Cerca de diez minutos, nuestras tazas de café se habían enfriado.
— ¿Porque no has llamado a tu madre?— pregunte, frotándome las manos.
—Pues, mi madre es muy melodramática, si se entera que me ha sucedido esto, llamara a mi padre, y, entonces me prohibirán salir— dijo levantado su taza de café.
—Adivina que— dije con un tono entusiasta, Mariza no hizo caso omiso.
—A mis espaldas se encuentra un cama elástica— repuse  intentando animarla, por un momento levanto la mirada, la tome de la mano llevándola cerca de la cama.
—Con este frio será mejor saltar un poco—dijo sacándose los zapatos, acerco sus manos al acero, con un impulso llego allá arriba.
—Vamos, no me digas que saltare sola— dijo Mariza, dando una palmadita a la cama.
—eh logrado saltar de un abismo, pues qué más da— dije quitándome los zapatos, segundos después, estaba lo suficientemente cerca de ella, lo único que puedo ver son nuestros alientos en el aire, en cada salto Mariza contaba, podía sentir mi corazón en lo más alto, pues solo quería mirarla, salte frente a ella, tome su otra mano y brincamos  así por un momento, pero no podía evitar sentirme más cerca, quiero respirar el aire que respira, quiero sentir lo que ella siente, quiero saber porque ríe y de pronto me encontraba en su boca, Mariza rodeo mi cuello con sus brazos que al instante la tome de la cintura, pues al probar uno de sus besos, podría volverme adicto a ella.




Gracias por leerlo, espero que les agrade y no olvides ser parte del blog y sumérgete en esta historia y además perdón por la demora del capítulo.

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miércoles, 8 de marzo de 2017

CAPÍTULO 7

El Color De Sus Ojos



¿Vértigo?

Todo es oscuro, la niebla es más espesa, sentado en un columpio, escuchando el rechinar de las cadenas oxidadas, puedo verme allí, a mí, al Samuel de Diez años.
—¿Mamá?— el niño pregunto en medio de la obscuridad, haciendo eco su voz.
—Aquí Samuel— era la voz de su madre, por más que agudizaba su oído, no encontraba su origen, una ráfaga de viento paso por encima de él. Samuel comenzó a cubrirse los oídos, pero era inevitable, escuchar esa voz.
— ¡ABANDONADO POR NO SER QUERIDO! — cerro sus ojos, que al tiempo susurraba ¬—no, no, no, no, no— Su corazón no tenía cavidad en su pecho.
¡TIM, TIM, TIM, TIM!
Con sus ojos bien abiertos, su respiración entrecortada, en su rostro se deslizaba golas de sudor, su teléfono suena, en la mesita de alado.
—Halo— dijo encendiendo la luz de aquella lámpara azul.
— ¿Samuel? — dijo una voz cantarina a través de la línea.
—Sí, ¿Mariza?, son las tres ......de la mañana— dijo el muchacho mirando el reloj.
—Me encuentro en el terminal, necesito ayuda, podrías venir lo más pronto— dijo Mariza, cortando la línea.
Samuel, aún seguía en la pesadilla, se puso en pie, con los ojos somnolientos, se colocó un jean y el abrigo negro que se encontraba en el ropero, tomo el morral, y salió de la habitación.
La obscuridad yacía en aquel cielo gris, bastaba con respirar para sentir el frió en tu nariz, después de estar en un taxi veinte minutos, escuchando los pasillos de Julio Jaramillo, llego al terminal, donde solo existía luz en la boletaría, cerca de las ventanillas, se encontraba Mariza, podías distinguirla por el brillar de su brazalete.
—Que sucede— dijo el muchacho, seguido de un bostezo. La chica al escuchar su voz, tomo las manos de Samuel y en ellas coloco un ticket, se froto los ojos y entre la luminosidad de los faroles el chico miro el trozo de papel.

Realizaría un viaje, de eso estaba seguro, porque  de su hombro izquierdo colgaba una mochila.
—Pues tu autobús sale en diez minutos— dijo Samuel, que al momento vio a Mariza de soslayo, tomo la mochila de la chica y  con la otra mano dirigió a Mariza hacia la salida de los autobuses. A unos pasos más adelante encontramos el autobús, pues en el yacían muchas personas, colocando su equipaje en él. A tres asientos más adelante, junto a la ventana, Mariza tomo asiento. Al instante el autobús se encendió, Samuel, corrió frenéticamente a puerta de salida, pero esta ya se encontraba cerrada.
—vuelva a su asiento, joven— dijo un hombre alto, acompañado de una voz áspera.
—Pero......pero....pero— dijo Samuel, forcejeando la puerta y el hombre interrumpió.
—una vez cerrada la puerta, ya no se abre hasta llegar a su destino— dijo el hombre mientras encendía la radio.
El chico, regreso junto a Mariza, que ella al momento le entrego un boleto.
—Tu boleto— repuso Mariza, colocándose un gorro de lana en la cabeza, mientras sonreía.
Samuel había estado tan cansado, que a pocos segundos que se apagaron las luces, sus ojos se entraron en la obscuridad.

Su cuerpo se movía de izquierda a derecha, ¿acaso estaba ocurriendo un temblor?, en el fondo se escuchaba una canción leve pero clara, pero Samuel no tenía un radio en la habitación, un rayo de luz ilumino en su rostro, pero, ¿cómo podía entrar un rayo de luz?, Si a su ventana la había cubierto con cartulina negra la noche anterior.
Aquella tenue luz, término con mi sueño, al abrir los ojos, encontrarme en un autobús y luego recordar que todo lo que sucedió en el terminal, el bus, no era un sueño.
—Dime al menos, sabes a donde vamos— repuso Samuel, volteándose, fijo su mirada en Mariza, a punto de poder fulminarla.
—Otavalo— dijo la chica, que esta escondía su rostro dentro de una enorme capucha, el chico, frunció el ceño, tomo la muñeca derecha de Mariza, en la cual se colocaba el brazalete y llevándose cerca de su boca
— ¿Dónde me encuentro? — pregunto, con una voz frenética.
—provincia de Imbabura, entrando a la ciudad de Otavalo, con un población de 39 354 habitantes, más reconocida como el valle del amanecer,¬ Otavalo ha sido declarada como "Capital intercultural de Ecuador" por ser un ciudad con enorme potencial en varios aspectos, poseedor de un encanto paisajístico, riqueza cultural, historia y desarrollo comercial. Este valle andino es hogar de la etnia indígena kichwa de los Otavalos, famosos por su habilidad textil y comercial, características que han dado lugar al mercado artesanal indígena más grande de Sudamérica—
Informo el brazalete
Durante los minutos que faltaban para llegar al terminal de Otavalo, el chico guardo silencio. Tras bajar del autobús, Samuel se forzó a cambiar de cara, pues le había librado de un día apañado de corregir exámenes de los alumnos de su Madre.
—Solo quiero visitar un lugar— dijo Mariza, saco de uno de sus bolsillo, un reproductor casero, al presionar el botón a iniciar, la cinta comenzó a circular, escuchándose una voz.
—Ya que has decidido quedarte en el Ecuador, una idea errónea Mariza, pero aún no termino de entender a mi hija. Lo único que puedo hacer es apoyarte y darte tiempo. Agnés me ha platicado de tu idea de conocer lugares donde encuentres la "famosa Adrenalina", que pena no poder hacer ese viaje contigo, pero yo sé que lo harás. Pues aquí te dejo algunos lugares que tienes que visitarlos. En Otavalo, hay muchos lugares donde el paisaje se puede contemplar, pero uno de ellos, es la cascada de Peguche, ve allí y sabrás de lo que habló Mariza— presiono el botón para detener la reproducción.
Su padre, Antes de volver a Francia, le obsequió aquel reproductor, pero la chica nunca se afano por grabar notas de voz, hace una semana, lo encontró en el interior de sus zapatos favoritos y lo había estado escuchando la noche anterior.
Mariza tomo aire, alzo la manga de su abrigo, pregunto a su brazalete como llegar aquel lugar, pero al momento el brazalete, respondió
—La actualización de los Datos del día miércoles 11 de Noviembre del 2009, han sido borradas el día jueves 12 de Noviembre del 2009 a la 1:24 de la mañana, solo puede facilitarle con datos permanentes—
— ¡Mierda, mierda, mierda!— maldijo Mariza, apretando sus puños —porque no lo pensé— Era la primera vez que Mariza enfurecía de esa manera, pues comenzó a caminar mientras hablaba o maldecía, es inevitable reír cuando se ponía así.
Pues su brazalete no le llevaría a ningún lado y esta vez seria yo su guía, con su brazo enganchado en el mío, llegamos a Peguche, en su entraba se encontraba un tronco inmenso, Mariza tomo asiento en él y por suerte no he olvidado llevar la cámara.
—Los árboles son inmensos, la luz apenas atraviesa el bosque— mencione, mientras caminábamos en un  estrecho sendero formado de piedras con muros en los costados, tal vez llevaban años aquí, cubiertos de musgo, adornados por el roció de la mañana.
— ¿a quién maldecías? — pregunte, tomando una fotografía del camino.
—A mi madre, pues ella fue la que borro los datos del brazalete— respondió, que pocos minutos de haber caminado, se escuchaba la cascada, pues a unos veinte metros, el agua caía sin parar.
—Es una cascada enorme, creo que podemos acercarnos— repuse, contemplado aquel paisaje, cruzamos un puente que se situaba frente a ella, a su lado derecho se encontraba una enorme roca, tras acercarnos, el viento soplaba acompañado de una leve lluvia que provenía de la cascada, pues Mariza decido subir aquella roca, el ruido era extraordinario, la fuerza del agua cayendo traía un leve chispeo de agua hacia nosotros, el cabello de Mariza se levanta a causa del viento al igual me mi abrigo, al levantar la mirada, el agua descendía de una altura extraordinaria.
—Ahora sí que lo sé— dijo gritando entre todo el ruido del agua, Mariza yacía cerrado sus ojos con una leve sonrisa, pues tome todas las fotografías necesarias.
—Ya nos empapamos demasiado— repuse alzando la voz cerca de su oído, la tome de la mano y bajamos aquella roca resbalosa y verdosa. Si, nos habíamos empapado, pues hacía frío, pero aquello no le importaba a Mariza, temblaba tal cual como una gelatina.
Al lado izquierdo, en una cuesta inclinada llena de rocas, subimos a una chocita, que su piso es de tabla, con un rotulo "mirador" en su techo de paja, de alguna forma podías ver el arco iris, con sus colores claros, que se disolvían en el agua.
Pues aquella vez no fue la única que me levanto por la Madrugara pidiendo ayuda, la siguiente fuimos hacia
—Mindo, queda a una hora de quito, con un bosque frondoso, denominado como el Bosque Protector Mindo Nambillo, ecosistema en el cual habitan unas 500 variedades de aves y 90 especies de mariposas. Igualmente en el parque de reserva de Mindo se han identificado más de 170 especies de orquídeas y abundan bromelias, heliconias, helechos, vides, musgos y líquenes. Pero demasiados escalares, enserio Mariza demasiados, pero allí puedes saltar hacia el vacío confiado en una cuerda, además con un salto puedes entrar a las profundidades del agua— Dijo aquella voz que salía del reproductor.
Al final de todas esa gradas, se encontraba un abismo, de fondo un rió profundo, pero tenebroso, exactamente ¿a qué le temía Mariza?, porque a minutos se colocó un chaleco salvavidas.
—Vamos Samuel, será divertido — dijo abrochándose el chaleco, estaba muy cerca del abismo, uno de los guía se la acerco y comenzó a darle indicaciones de cómo debía saltar.
—Tan solo si vieras la altura— mencione, tratando de tragar saliva, podría ser unos Diez metros, uno de los guías, tomo vuelo y salto hacia el fondo, a los minutos salió a flote, con la ayuda de otro hombre.
—Puedes llamarme cobarde, pero, yo, no salto— repuse mientras un hombre, me colocaba un chaleco.
—Solo cierra los ojos — dijo mientras toma mi mano, pues no lo hice, un guía nos dirigió a la punta del abismo.
—Serás la culpable al causarme vértigo— mencione, aferrándome a su mano, la respiración inflaba mi pecho, no de emoción, si no de miedo, al ver aquella altura.
—Solo cierra los ojos— dijo por segunda vez, y lo hice.
—A las tres — propuso ella.
— ¡UNO!— las rodillas, comenzaron a temblar.
— ¡DOS!— dijo Mariza, presionando sus dedos hacia la palma de mi mano.
— ¡TRES!— con solo un salto y un grito ahogador, caímos a la profundidades del agua, pues el miedo se aceleró, al abrir los ojos, la transparencia del agua dejaba ver a Mariza con su cabello sin control, aquellos ojos color caramelo habían electrizado mi ser, allí abajo, el miedo se disipo, a pocos segundos salimos a flote.
— ¡Tenemos que saltar de nuevo Samuel! — dijo intentando llevar aire hacia sus pulmones.
Pues el Padre de Mariza tenía razón sobre los escalones, subíamos entre veinte escalones y descanso, en cada parada aproveche para capturar, lo que en tu memoria se desvanece. 


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jueves, 16 de febrero de 2017

Capítulo 6

El Color De Sus Ojos

Agnés

Con solo una fotografía, las posibilidades de encontrar a este niño son nulas, como encontrarlo en un país desconocido que apenas puedo pronunciar su nombre.
Tras aquella batalla de perder la vista, Mariza tiene una esperanza, lo único que le ha traído a Ecuador, es encontrar a su hermano, poder conocerlo y después de ello, terminar todo.
Ya llevamos unos meses en Ecuador y lo único que he podido conseguir es una carta en el viejo despacho del señor Didier.

Por las noches eh pasado meditando cada detalle de la fotografía, y nunca me había fijado que el niño llevaba uniforme escolar. Después de divagar entre muchas escuelas preguntando por el uniforme, al norte de la cuidad se encontraba aquella escuela, que el uniforme era del año 2000; en la pared de la inspección se encontraba un enorme cuadro, con fotografías de niños, una de ellas tenía un niño con una medalla en su pecho, cerca de él, se encontraba una mesa en la cual había una torre enorme formada por casetes, con un pequeña leyenda.






Al comparar las fotografías, era él, el hermano de Mariza, al percatarme de la fecha, podría suponerse que aquel niño, ya sería un joven. Con la esperanza de saber mucho más entre a las oficinas, pero al instante, mencionaron, documentos de hace diez años atrás eran muy difícil de encontrarlos, y, que para pedir información, solo podías hacerlo llenado un formulario constatando que eres un familiar cercano.
Semanas después, comencé con directorios telefónicos ¿cómo saber si aún sigue en Quito?, pero existían más de veinte páginas con el apellido Rodríguez.
Sin pensarlo mi estadía había terminado, pues el señor Didier, vino de visita a Ecuador, aquella tarde fue con Mariza al cinema, pues al señor le encantada ir allí, su hija no le veía gracia aquello, incluso llegaron a Discutir.
— ¡Entiende papa, las películas se las hicieron para Ver! — dijo la chica, sentada en el sofá del rincón, Didier se le acerco rodeando la mesa del centro.
—Solo acompáñame— menciono, con una voz suave. Pero al instante Mariza, enfureció, su respiración se volvió acelerada, apretó las manos hacia sus muslos.
— ¡Soy un Maldita Ciega!.............!Acaso no lo entiendes¡ — su voz resonó en la habitación, se puso en pie y camino, pero a los cinco pasos tropezó con el jarrón, cayendo de rodillas, comenzó a llorar, al instante Didier se acercó, la tomo del brazo, pero su hija forcejeo de inmediato, susurrando —puedo hacerlo sola— pero segundos después seguí en el suelo, llorando para sí, la frustración había llegado de nuevo, el padre la tomo de la cabeza.
—El hecho de que seas ciega, no quiere decir que te encierres, puedes vivir , y hazlo al Máximo mi Mariza— dijo, que al tiempo la beso en la frente y la llevo a sus brazos.
—Agnés— llamo Didier, a pocos segundo cruzando la habitación me presente en la sala
—ayuda a Mariza, Iremos al cinema — ordeno el hombre, mientras frotaba en brazo de su hija.
—Estaré aquí esperándote— agrego, tomando asiento en el gran sofá.
Pues hacia poco, Mariza había terminado el colegio y el mejor regalo era pasar junto a su padre.
El viernes por la noche, nos encontrábamos en el centro comercial del Norte, el señor Didier se puso más pálido de su color normal, a cada minuto secaba sus manos en el pañuelo gris de seda, con sus zapatos relucientes, se acercó a las ventanillas, compro tres entradas, la película empezada a las siete de la noche y estábamos allí con media hora de anticipación en una fila. Didier allí parado, empezó a mirar todas partes, como si buscara a alguien.
La fila comenzó a cortarse, con el boleto en la mano entramos a la sala cinco, entre tanto barullo tómanos asiento, Mariza 25B, Didier 26B y Agnés 24B. Al cabo de unos minutos las luces se apagaron y Mariza refunfuñaba sin parar, pero a media película solo fruncía el ceño, reía cuando todos reía, pues aquello se convirtió en la mejor la terapia para aquella señorita.
Mientras bajábamos los escalones dirigiéndonos a la salida.
— ¿necesito la humilde opinión de Mariza? — repuso Didier, con un hilo de acento francés.
—Está bien, me equivoque— aclaro Mariza, sonriendo de oreja a oreja.
— ¿Cuándo pasaran una película erótica?— pregunto la muchacha en son burla, mientras caminábamos fuera del cinema
— ¡Mariza! — reprendió Didier.
Didier comenzó a buscar en sus bolsillos el teléfono, pero no lo encontró, regreso de inmediato a la sala cinco, tardo más de veinte minutos en volver. Al paso que se acercaba, dejo de apretar los puños.
— ¿Pa, lo has encontrado? — pregunto Mariza, agarrándose del brazo de Didier. Pues aquel hombre, ya no sonreía.
—Si— respondió secamente. 
— ¿Que dices si vamos por un café? — comento Mariza, intentando seguir el paso apresurado de su padre.
—No me apetece—repuso, con una voz vaga, apretando con rapidez el botón del ascensor.
—Pero aquí sirven el Café que a ti te gusta— dijo la muchacha, que al tiempo las puertas del ascensor se cerraban.
— ¡NO MARIZA, NO QUIERO CAFÉ! — grito, como un volcán que había estaba apacible por tanto tiempo, llevo sus manos hacia su rostro, se quejó.
—Lo siento— agrego, entre la música suave del ascensor.
En el parqueadero, el señor Didier, nos dejó solas por unos minutos, pero después apareció con tres vasos de café, el más negro y agridulce que eh probado, pues con ello había alegrado a Mariza.
Durante los tres meses que estuvo aquí, lo único que hicieron es ir al cine. El día que culminaba las vacaciones del señor, Mariza fue al aeropuerto a despedirlo, pero en su cara se volvía a notar la frustración, con sus ojos hinchados.
—No dejes de apañarte la vida, solo necesitas un poco de Adrenalina aquí— repuso mientras señalaba su corazón, que al instante Mariza salto a sus brazos, pues ella había rechazado ir devuelta a Francia, y, sabía que, no volvería a ver a su Padre por un largo tiempo.
Didier había aclarado que me podía quedar treinta días más, pues allá en Francia me necesitaban, y si decidía quedarme, perdería mi trabajo, pues aquella idea, no le agradaba a la señorita Mariza.
Durante el mes siguiente, Mariza  había extrañado a su padre, no había parado de ir los viernes al cinema.

A las ocho de la noche, acompañada de 2 valijas y un bolso, me encontraba agitando la mano en son de despedida, una mezcla de felicidad y tristeza cruzaba en mi ser, pues, volvería a Francia.

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sábado, 11 de febrero de 2017

Capítulo 5

El Color De Sus Ojos



Un Salto más

—Hey, Samuel aquí viene la chica de los viernes — susurro Henry acercándose de forma indiscreta.
Alce la mirada hacia la fila de personas que esperaban con ansias al estreno de una película, en cuya hilera se encontraba Mariza, con aquel abrigo Marrón que le llegaba hasta sus rodillas. Henry que se encontraba a mi derecha, ordeno que deje pasar a la muchedumbre, con el boleto en la mano, cada joven comenzó a pasar a la sala cinco. En cada estreno era "siguiente, siguiente, disfrutar de su película", pues un vaso agua me vendría bien.
—Hola Samuel— menciono, mientras sostenía el boleto en su mano derecha, la tomé respondiendo el Saludo, disfrute de la Película, fueron mis palabras, al momento que Mariza sonrió.
La noche se había apoderado del centro comercial, la película tenía una duración de exactamente dos horas, pero la gente comenzó a salir a la hora y treinta minutos, en cinco minutos los pasillos del cinema estaban solos. Pues era la última función y lo único que quedaba por hacer era el aseo de la sala cinco. Las leves luces se encendieron dando aviso que la película había terminado, pero en su interior aún se escuchaba la banda sonora, en cuya pantalla se desplazaban los créditos del estreno. Y en el asiento número 25B aún seguía Mariza.
— ¿tienes miedo a las alturas? — pregunto, llevándose una palomita a la boca.
—No— respondí, llevando unas bolsas vacías de palomitas al basurero.
Mariza comenzó a bajar muy despacio los escalones, se detuvo y un destello de temor, se formó en el rostro de Mariza.
—Aún sigo aquí— repuse acercándome al escalón, ella sonrió levemente.
—Electricidad en el cuerpo, adrenalina — dijo Mariza.

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Cada mañana en el trole encontraba a Mariza, siempre dirigiéndose al mismo lugar, siempre bajando del trole en la misma estación. Después de tantas mañanas, una de ellas, la seguí, caminaba derecha, contando los pasos y no podía faltar el abrigo, aun siendo una mañana cálida, cubría su cabeza con aquella capucha que era aún más inmensa.
A unos pasos más adelante, quebró hacia la izquierda, llegando a un callejón, donde al final se encontraba una puerta, apretó la manija y cerro tras ella, en su interior, una recepción que no carecía de luz, al acercarme, intente hablar, pero al instante la recepcionista lo hizo primero.
—Has asistido por el programa de entrenamientos— dijo, sacando un formulario del archivero —si no tienes un entrenador, podemos proporcionarte uno, nos especializamos en la gimnasia, si te interesa podemos programar una prueba para el día...... — saco una agenda, mientras revolotea en las páginas, al lado izquierdo de la habitación, la pared era de Vidrio, hacia el otro lado se encontraba, una sala de entrenamiento enorme, pues allí, estaba Mariza, sobre una cama elástica brincando, y en cada segundo más y más alto—Para el día de mañana— interrumpió, la recepcionista mientras anotaba en su agenda.
—No es necesario— refute, que al tiempo, la señora cerro su agenda con brusquedad.
—Aquella, chica— señale hacia Mariza, que al momento la recepcionista entrono sus ojos a través del cristal
—ah, Mariza ........, solo viene por la cama elástica— dijo, mientras tomaba asiento tras aquel escritorio.
El sonido de los resortes, hacía eco en la habitación.
Me quite los zapatos y de un solo salto aterrice en la cama elástica interrumpiendo el próximo salto de Mariza, que desde ese punto podía escuchar su corazón, que al tiempo su respiración es acelerada.
— ¿Adrenalina? — dije entre tanto silencio.
—Hola— dijo con entusiasmo—pues si— agrego, cruzo sus piernas, tomo asiento, que al tiempo nuestros pies tuvieron contacto.
—Es el único lugar donde puedo sentirme en lo alto— dijo, cerrando sus ojos.
—No, existen muchos lugares— repuse. Tomándome los pies, —por ejemplo, el mirador...—
—El mirador yaku, la Foresta, el mirador de la cima del panecillo, además el del parque Itchimbía, el mirador Cruz Loma..........— menciono enumerando con sus dedos, pues había ido a todos y ninguno de ellos tenía la satisfacción completa que buscaba Mariza. Con un leve movimiento tomo mis manos y halo hacia ella, pues me había congelado ante aquello.
—Ya que estas aquí, salta conmigo— menciono, interrumpiendo mí espacio personal.
Comenzamos con un leve salto.
—una amiga de mi madre, ha tomado unas vacaciones y ha mencionado que visitara algunos lugares, del Ecuador— repuso, entre otro salto, que al tanto su cabello perdía la gravedad. —pues le eh pedido que me llevase, pero mi madre se ha opuesto rotundamente; quiero por una vez en la vida, irme sola y que nadie me vigile, pero aquello no lo comprenden— agrego, mientras nuestros pies tomaban impulso en la cama elástica.
— ¿y tú qué es lo que más quieres en esta vida? — pregunto, agitando sus manos, si aquella pregunta hubiese sido analizada con todo lo que pasaría, hubiese respondido, que lo único que quería, es estar junto a ella. Pero sabes que algunas personas, somos absolutamente estúpidos, sin saber, que todo lo que tienes está frente a tu nariz.  "No puedes vivir del amor", decía Susana, pero cuan equivocada estaba.
—poder fotografiar grandes momentos, que están escondidos allí, pero de algunas manera se las encontrara— mencione, que al tiempo llevaba aire hacia los pulmones.
—Enserio eres aburrido—repuso, con su voz cantarina. Solté una carcajada en son de burla.
—Son las nueve de la mañana en punto, son las nueve de la mañana punto— era aquella irritable voz del brazalete; bajamos, sobre aquel suelo pulido yacían nuestros zapatos.
—Déjame ayudarte— mencione, mientras tomaba su calzado amarillo, con sus piernas colando en la cama elástica, le coloque los zapatos.
Al salir de aquel callejón, aquella chica engancho su brazo hacia el mío, caminamos todo derecho llegando al Parque la Carolina, pues la conversación nos había llevado hasta allí.
No recuerdo cómo llegamos al tema de las bicicletas, pero a la tarde, Mariza había insistido mucho que le enseñase a montar una. En las casetas del Parque pedimos una bicicleta, pues contenía una canasta y además un timbre, que al tocarla, Mariza río, —dime al menos que no es rosada— dijo con una mueca en su rostro, no lo era —su color predominante es Rojo—conteste, tomando el volante, la llevamos a pocos pasos de allí, encontramos un lugar donde escaseaba la gente. Tome las manos de Mariza y las coloque sobre el volante, mientras ella montaba la bici, le explicaba que si tiene miedo de caer, solo frene, creo que no era el mejor consejo. Puso sus pies sobre el pedal, mientras la sostenía con una mano desde el asiento y con la otra desde el mango del volante, comenzó a pedalear despacio, se balanceaba mucho —es como cuando comienzas a caminar, tienes miedo de caer, pero con el tiempo, pierdes el miedo y empiezas a correr— comente, Mariza paro — Es más difícil de lo que creí— aclaro, llevando sus manos a la cintura —Cuando caminas cuentas tus pasos, porque te sientes confiada, pues hazlo así— repuse, monto nuevamente, a los cinco minutos comenzó a contar cada pedaleo, pues con una sonrisa amplia en su rostro sabía que estaba montando una bicicleta sin ayuda, pero a pocos pasos, levanto sus brazos, se había soltado del volante, corrí frenéticamente, alcanzándola caímos sobre pasto, y en vez de miedo Mariza solo sonreía, pues se encontraba sobre mí, mientras intentaba respirar mencione —Confiarte una bicicleta, no es bueno— al momento apoyo su cabeza en mi pecho, pues, desde allí podía escuchar el corazón.


Gracias por leer este capitulo no olvides hacer un comentario referente a esta novela, nos vemos en la aproxima entrada.
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jueves, 2 de febrero de 2017

Capítulo 4


El Color De Sus Ojos


Mariza

A los seis años, desee tener una Hermana, se lo había pedido a mama, pero cada vez que lo hacía se echaba a llorar.
A los ocho años, comprendí que me gustaba la adrenalina, pues por equivocación tome una lata del refrigerador, que contenía un líquido café, pues aquella tarde, las emociones se sobresaltaron, al igual que la cama se partió por la mitad, no sabía cómo paso. Pero aun deseo una Hermana.
A los Diez años, me atreví a pedírselo de nuevo a Mama, pero esta vez, no respondió.
A los once, no volví a ver el sol, más la obscuridad se volvió mi compañía.
A los once y seis meses, nos fuimos a vivir a Francia cerca de los abuelos.
A los once y ocho meses deje de ir a la escuela, los libros que había comprado papá, quedaron abandonados. Con el tiempo, los gritos se escuchaban por toda la casa, ya no se callaban en mi presencia, pues a la hora de la comida prefería ir a la mesa que queda en cocina, junto con la chica de servicio.
A los doce años, comprendí que no tendría una hermana, porque una mañana, me levanto un beso cálido en la frente, apercibí una voz cerca de mi oído—Perdóname mi querida Mariza— después ya no volví a escuchar su voz.
A los trece años entre a la lista de espera para un cirugía, pues, las ganas de ver la lluvia en Noviembre se acrecentada, mientras papá, pasaba más tiempo de lo bebido en el despacho.
A los catorce, aún seguía en la lista de espera de un donante, pues la espere, se volvió interminable, solo quería descubrir lo que me rodeaba, un sueño, que al pasar de los meses se fue borrando, aceptarlo se había convertido en quedarme encerrada, donde solo eran voces.
A los Quince, descubrí que tengo un hermano, bueno, siempre quería una hermana, pero ya no importa, pues un día papá platicaba con un hombre que tenía una voz barítono,  —un hijo, del amor de mi juventud— dijo papá, — ¿y porque no regresaste por ella?— pregunto el hombre— para entonces ya era tarde— dijo con una voz ahogada.
A los Quince y cuatro meses, mamá empezó a llamarme, pues no estaba en Francia, estaba en su país natal; la extrañaba tanto, quería abrazarla y poder quedarme dormida en sus brazos.
A los Quince y Diez meses, la chica del servicio se convirtió en mi mejor amiga, que con su ayuda, obtuve más información sobre mi hermano.
A los Dieciséis, Agnés la chica del servicio, me entrego un trozo rectangular diciendo que es una fotografía de mi hermano, además, menciono que está en el continente americano, justo en la línea ecuatorial, en la ciudad donde se encontraba la mitad del mundo.
A los Diecisiete, recibí un regalo, Agnés coloco la caja en mis manos, para que rompiese el papel de regalo, la chica leyó la Nota —será de gran ayuda, espero que con ello puedes sentir la lluvia de Noviembre, posdata: no te empapes demasiado, con amor Mamá.
Agnés, explico que era un brazalete, blanco, que después lo coloco en mi muñeca derecha, además esta cosa tiene voz propia con GPS integrado, gracias al brazalete a prendí a llegar al balcón que se encontraba a diez pasos, gira a la derecha, cinco pasos, donde por fin podía escuchar el exterior, pues ahora ya no necesitaba mucho de Agnés
A los diecisiete y cinco meses, llame a Ecuador por mi propia cuenta, para agradecerle a Mamá por el regalo; su alegría se escuchaba a tras de la línea, que al final me propuso que pasara las vacaciones en su País.
A los diecisiete y diez meses, Papa accedió a dejarme viajar, con una condición, que, Agnés me acompañaría, así las vacaciones serian mejor en compañía de Agnés.
Hicimos este viaje no solo por mamá, además, quería conocer a mi hermano que se encontraba en el mismo País, bueno, eso aclaro Agnés.

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martes, 31 de enero de 2017

Capítulo 3

El Color De Sus Ojos


El Brazalete

— ¡Samuel! — comentó Gabriela, que al momento tome a Mariza del hombro.
—wau— sus ojos se sobresaltaron, al mirar a Mariza, de inmediato extendió su mano derecha —soy Gabriela— dijo mientras se lleva un rizo detrás de su ojera, la chica se quedó inmóvil, no extendió su mano, más solo alzo su tono de voz —Es un gusto conocerte Gabriela, por cierto mi Nombre es Mariza—Dijo al tiempo que reposo su cabeza en mi pecho, dejándome en el momento más incómodo.
—Aun sigues en tu loca idea de capturar recuerdos— mencionó alzando sus ojos grandes y redondos, mientras, tomaba en sus manos la cámara, llevándola cerca de su rostro, dio un clic—Los recuerdos, pertenecen a las personas que somos y en que nos hemos convertido, para así mirar atrás intentando olvidar llagas o tal vez solo mirar atrás para revivir momentos, donde la felicidad estuvo en plenitud—comentó Mariza.
Gabriela enarco las cejas sonriendo, llegamos al final de la calle, pues la plática había durado cinco cuadras, con momentos incómodos, acompañados de miradas cruzadas. Gabriela se despido mientras zigzagueada los automóviles llegando a la otra acera, con paso ligero la perdí entre la multitud del centro comercial. 
—Necesito recargar esta cosa — dijo mientras aquel brazalete se movía en su muñeca.
—primero iremos al mirador, en el quiosco de allí lo cargaremos — comente, con mala gana —Gracias por salvarme Mariza— dije en un tomo desanimado.

El clima había cambia, el viento soplaba, llevando el cabello de Mariza hacia su rostro, que a pocos pasos se la hato en una cola de caballo; en las alturas tus ojos son el panorama hacia aquella ciudad, donde, no solo son quiteños, una ciudad que acoge a todo viajero, a personas que se arriesgan a salir de sus provincias y conseguir una vida mejor. Lo único que nos detiene es aquel barandal, tú el abismo y la ciudad.
—Por suerte siempre llevo una batería adicional— mencione sacando un objeto rectangular del morral, tome la muñeca de Mariza, pretendí encontrar un botón que abriese aquel brazalete, — ¿Qué haces? — Interrumpió con un tono dubitativo —Pues intento quitártelo— repuse, pero al periquete retiro su mano con brusquedad, llevándola a su pecho. —No es necesario— tanteo sus dedos rodeando el objeto —Aquí, puedes conectar el cargador— aclaro, abriendo un pequeño agujero, al conectar el cable USB, el brazalete negro cambio de color, a un amarillo pálido, por consiguiente a un verde agua, después aun celeste cálido.
—Seguirá cambiando de color, cuando llegue al blanco, estará completamente cargado.....bueno eso dicen— dijo con una sonrisa en su rostro alargado.
—¿Porque dejar a Gabriela?— pregunto de repente, baje la cámara que tenía fija en la virgen de aquella loma del panecillo, voltee a mirarla.
—Pues lo ha hecho ella— respondí en susurro, deje caer la cámara que se sostenía en mi cuello, con los codos en el barandal comencé hablar.
—Es una larga Historia, que no vale la pena ser contada—mencione, mientras Mariza soltó una sonrisa burlona.
—Enserio esta cosa se demora mucho en cargar— refuto, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.
Exactamente soy de las personas que no apetecen hablar, más solo se limitan a contestar preguntas, pero Mariza pensaba que charlar es un Arte, cayendo en cuenta que el silencio no le agrada.
Unos pasos atrás un grupo de jóvenes se aproximaron al pasamanos, uno de ellos llevaba un teléfono , mientras se reproducía una canción en alta voz, Mariza comenzó a tararear, llevando aquel ritmo hacia sus dedos que comenzaron a simular un teclado en el barandal y llegando al coro empezó a cantar.
Cuando las luces se apagan


Cuando Noviembre llega
Puedo escuchar tu voz, en la azotea
Tú forma de ser sarcástico,
Fue tu Marca, fue tu insignia.
La la la la la la lalalalalala
(No me acuerdo de la letra)
La la la
//Solo quiero poder decir Adiós//

Escucharla cantar cambio mi estado de ánimo, si le pagaran por cada vez que me ha hecho reír, esta chica seria millonaria.
Un leve silbido salió del brazalete, que se tornaba totalmente blanco.
— ¡Por fin! —vocifero Mariza retirando el cable USB del puerto, al tiempo unas chicas reían al otro extremo del balcón agitando la fotografías instantáneas.
—Enserio, gracias por la batería — aclaro meneando el brazalete en su muñeca—Odio andar por allí con aquel Bastón Blanco—dijo Mariza arrugando la nariz
El atisbo que rondaban en mi mente, se habían aclaro con aquellas palabras. Podías ver a Mariza caminando en el Parque, sentada en el cinema, como toda persona Normal, porque, sabía disimular muy bien, aquellos ojos solo tenía color, pero, escaseaban de vida.
— ¿Dónde Me encuentro? — Pregunto la chica.
—Mirador Yaku, Museo del Agua— respondió el Brazalete, al momento Mariza levanto los brazos inhalando aire, que a pocos segundo exhalo cerrando sus ojos, sumergiéndose en algún recuerdo.
—En sexto grado, la escuela organizo una visita a este Museo, lo único que me agradaba es sentir el viento y ver brillar el sol sobre la ciudad— dijo, manteniendo sus ojos cerrados.
— ¿Cómo puede un ser humano mantener recuerdos sin ser borrados? — Se preguntó.
La mente es frágil, por ello la vida es capturada en pequeños momentos, como en tu Cumpleaños número uno, tu no lo recuerdas y nadie lo recuerda, pero en aquel pedazo papel, te miras con un gorro que da vergüenza, una torta que lleva tu nombre y vez a tu Madre en los días de su juventud. También, cuando tu madre te  ha obligado a salir en el pase del niño, ¿lo recuerdas?, cada año en Diciembre, con imágenes escasas en tu cerebro, ¿Cómo podía recordar algo que sucedió hace Nueve años?, pero al mirar el vídeo casero, tu memoria se activa, recordando, como caminabas a regañadientes, vestido del pastorcito numero ciento cincuenta y tres.
No era nada fácil responder a esta pregunta.


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lunes, 30 de enero de 2017

Capítulo 2

El color De Sus Ojos



¿El Destino ?

Vivo en Quito, o, como suelen llamarlo, la carita de Dios, en Ecuador un país pequeño, pero con mucha cultura en su sangre, si preguntaras, ¿estas orgullosa de tu país?, la respuesta es..... ¡MIERDA NO LO SE!, pero la persona indica para convencerte es mi Madre, ¡El patriotismo lo llevo en la sangre!, eh vivió lo suficientemente cerca de esta mujer, para conocer todo sobre el País.
Al terminar el bachillerato empieza tu verdadera vida, pero la mía sigue en puntos suspensivos, la cuestión es que no soy un "hijo de papi", primer punto, no tengo padre, y, segundo, porque no nací en un bandeja de plata, nací en un familia que todo se gana con esfuerzo, lo aprendí de la única familia que tengo, "Susana", ¡AMO A ESTA MUJER!
A los 15 me obsequio un cámara, dijo que en ella podría impregnar la felicidad, o incluso, si miras a través del lente, podrías encontrar la tuya. ¡Es solo un cámara!, sí, eso es lo que dije, pero a la semana siguiente, la lleve a las colinas en el sur, donde el paisaje desborda por doquier, no hay ruido alguno que interrumpa lo que llaman el sonido perfecto, que el viento pueda silbar a pesar de no ser humano, que el verde de los árboles, resulte una combinación perfecta con el cielo, fue justamente eso lo que atrape en aquel artilugio. Desde entonces la llevo a todo lugar.
— Buenos días— resople mientras caminaba hacia el refrigerador
—Buenos días Samuel— respondió dándome un beso en la frente, tome una taza de leche con pan, dando el último bostezo sacudí la cabeza, al segundo mamá deslizo unos papeles hacia mí, sin mencionar nada fije la miranda en ellos; folletos, promociones universitarias, planes de estudios.Es muy persistente, ha llevado a un niño por toda la vida a su lado y aun piensa hacerlo, sabiendo que aquel niño, ya no utiliza mamelucos ni zapatos de charol, que los gritos de las noches han desvanecido, que los cordones ahora estés bien sujetos y que un día ya no estará allí.
Un incomodo silencio, se torno en el desayuno, obligándome solo a fijarme en aquella taza de leche y pensar que el silencio era lo mas doloroso para mi madre. Sin ninguna palabra en la boca, salí con el morral en el hombro.
En el trole tome asiento cerca de la ventana, con el automotor en marcha, encendí la cámara, di una par de clic a momentos como una pareja de jóvenes disfrutaban la compañía mutua, en la próxima parada cedí el asiento a una mujer con un vientre prominente, cruce hacia el fondo del trole, donde la gente escaseaba, logrando llegar a un asiento libre.
— ¿Está ocupado? — pregunte, al momento el sujeto que llevaba un abrigo, cubierto su cabeza, hizo un leve movimiento negando.
En el centro del automotor se percibe un voz áspera anunciado la siguiente parada, dando aviso a la gente que se aglomera en cada entrada intentado ser los primeros en salir, al instante llevo la mochila al hombro, mientras zigzagueo entre las personas el morral se atasca entre ellos, con un sonido estridente las puertas se abren hacia la estación, personas galopando al entrar y salir, pero al momento escapo del trole, camino hacia la salida de la estación, pero, siento un tirón en la correa del morral, sin prestar interés trago saliva rogando que no sea un ladrón, ajustando las correas lo afirmo en el hombro, pero a pocos pasos, siguen halando de ella, al instante voy la cara intentando intimidar al contrincante, una mano tensa se aferra a la correa del zurrón, en cuya muñeca lleva una ajorca negra , al ojearla, ella no pestañeo ni un instante, una mirada inexpresiva pero firme —¿Puedes seguir caminado? — su voz freno los pensamientos, dejándome perplejo, aclare la garganta intentando hablar, pero, nada salió.
Al caminar durante unas cuadras, aquella chica seguía sujetando las correas, como una niña a su muñeca; detuve el paso por un momento, capturando en la cámara a un par de hermanos riendo, sintiendo en el cuello una respiración cálida, regrese a mirarla, Mariza tenía sus ojos fijos en los míos, son desafiantes, color caramelo, con un destello de miedo, y, aquello logro intimidarme desviando mi ojos hacia el fondo, donde una chica de melena ondula se acercaba entornando sus ojos como grandes binoculares, tome a Mariza del hombro acercándola hacia mí, apresurando el paso
—Tienes que ayudarme— mencione en susurro, con un tono de súplica mientras el semáforo cambia a verde, en el rostro de Mariza apareció una leve sonrisa.
—La chica que se acerca por atrás es mi ex novia, pues, es una larga historia puessss....
—¿No has logrado superarla?— interrumpió Mariza
— ¡NO, NO ES ESO! — refute de inmediato, pues había dado en el clavo, donde aún existía su esencia, donde solo es Gabriela con aquel tono peculiar de reír.
—Lo haré— dijo Mariza, deteniéndose —con una sola condición— agrego, llevando sus manos a los bolsillo del abrigo—Que en cualesquier lugar que se encuentre Mariza, y necesite ayuda, tu — señalo mi pecho—Estarás allí, a pesar de no conocerme, seguirás siendo el mismo sin cuestionarme— 

 Si, fue así como todo comenzó.


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