jueves, 2 de febrero de 2017

Capítulo 4


El Color De Sus Ojos


Mariza

A los seis años, desee tener una Hermana, se lo había pedido a mama, pero cada vez que lo hacía se echaba a llorar.
A los ocho años, comprendí que me gustaba la adrenalina, pues por equivocación tome una lata del refrigerador, que contenía un líquido café, pues aquella tarde, las emociones se sobresaltaron, al igual que la cama se partió por la mitad, no sabía cómo paso. Pero aun deseo una Hermana.
A los Diez años, me atreví a pedírselo de nuevo a Mama, pero esta vez, no respondió.
A los once, no volví a ver el sol, más la obscuridad se volvió mi compañía.
A los once y seis meses, nos fuimos a vivir a Francia cerca de los abuelos.
A los once y ocho meses deje de ir a la escuela, los libros que había comprado papá, quedaron abandonados. Con el tiempo, los gritos se escuchaban por toda la casa, ya no se callaban en mi presencia, pues a la hora de la comida prefería ir a la mesa que queda en cocina, junto con la chica de servicio.
A los doce años, comprendí que no tendría una hermana, porque una mañana, me levanto un beso cálido en la frente, apercibí una voz cerca de mi oído—Perdóname mi querida Mariza— después ya no volví a escuchar su voz.
A los trece años entre a la lista de espera para un cirugía, pues, las ganas de ver la lluvia en Noviembre se acrecentada, mientras papá, pasaba más tiempo de lo bebido en el despacho.
A los catorce, aún seguía en la lista de espera de un donante, pues la espere, se volvió interminable, solo quería descubrir lo que me rodeaba, un sueño, que al pasar de los meses se fue borrando, aceptarlo se había convertido en quedarme encerrada, donde solo eran voces.
A los Quince, descubrí que tengo un hermano, bueno, siempre quería una hermana, pero ya no importa, pues un día papá platicaba con un hombre que tenía una voz barítono,  —un hijo, del amor de mi juventud— dijo papá, — ¿y porque no regresaste por ella?— pregunto el hombre— para entonces ya era tarde— dijo con una voz ahogada.
A los Quince y cuatro meses, mamá empezó a llamarme, pues no estaba en Francia, estaba en su país natal; la extrañaba tanto, quería abrazarla y poder quedarme dormida en sus brazos.
A los Quince y Diez meses, la chica del servicio se convirtió en mi mejor amiga, que con su ayuda, obtuve más información sobre mi hermano.
A los Dieciséis, Agnés la chica del servicio, me entrego un trozo rectangular diciendo que es una fotografía de mi hermano, además, menciono que está en el continente americano, justo en la línea ecuatorial, en la ciudad donde se encontraba la mitad del mundo.
A los Diecisiete, recibí un regalo, Agnés coloco la caja en mis manos, para que rompiese el papel de regalo, la chica leyó la Nota —será de gran ayuda, espero que con ello puedes sentir la lluvia de Noviembre, posdata: no te empapes demasiado, con amor Mamá.
Agnés, explico que era un brazalete, blanco, que después lo coloco en mi muñeca derecha, además esta cosa tiene voz propia con GPS integrado, gracias al brazalete a prendí a llegar al balcón que se encontraba a diez pasos, gira a la derecha, cinco pasos, donde por fin podía escuchar el exterior, pues ahora ya no necesitaba mucho de Agnés
A los diecisiete y cinco meses, llame a Ecuador por mi propia cuenta, para agradecerle a Mamá por el regalo; su alegría se escuchaba a tras de la línea, que al final me propuso que pasara las vacaciones en su País.
A los diecisiete y diez meses, Papa accedió a dejarme viajar, con una condición, que, Agnés me acompañaría, así las vacaciones serian mejor en compañía de Agnés.
Hicimos este viaje no solo por mamá, además, quería conocer a mi hermano que se encontraba en el mismo País, bueno, eso aclaro Agnés.

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