jueves, 16 de febrero de 2017

Capítulo 6

El Color De Sus Ojos

Agnés

Con solo una fotografía, las posibilidades de encontrar a este niño son nulas, como encontrarlo en un país desconocido que apenas puedo pronunciar su nombre.
Tras aquella batalla de perder la vista, Mariza tiene una esperanza, lo único que le ha traído a Ecuador, es encontrar a su hermano, poder conocerlo y después de ello, terminar todo.
Ya llevamos unos meses en Ecuador y lo único que he podido conseguir es una carta en el viejo despacho del señor Didier.

Por las noches eh pasado meditando cada detalle de la fotografía, y nunca me había fijado que el niño llevaba uniforme escolar. Después de divagar entre muchas escuelas preguntando por el uniforme, al norte de la cuidad se encontraba aquella escuela, que el uniforme era del año 2000; en la pared de la inspección se encontraba un enorme cuadro, con fotografías de niños, una de ellas tenía un niño con una medalla en su pecho, cerca de él, se encontraba una mesa en la cual había una torre enorme formada por casetes, con un pequeña leyenda.






Al comparar las fotografías, era él, el hermano de Mariza, al percatarme de la fecha, podría suponerse que aquel niño, ya sería un joven. Con la esperanza de saber mucho más entre a las oficinas, pero al instante, mencionaron, documentos de hace diez años atrás eran muy difícil de encontrarlos, y, que para pedir información, solo podías hacerlo llenado un formulario constatando que eres un familiar cercano.
Semanas después, comencé con directorios telefónicos ¿cómo saber si aún sigue en Quito?, pero existían más de veinte páginas con el apellido Rodríguez.
Sin pensarlo mi estadía había terminado, pues el señor Didier, vino de visita a Ecuador, aquella tarde fue con Mariza al cinema, pues al señor le encantada ir allí, su hija no le veía gracia aquello, incluso llegaron a Discutir.
— ¡Entiende papa, las películas se las hicieron para Ver! — dijo la chica, sentada en el sofá del rincón, Didier se le acerco rodeando la mesa del centro.
—Solo acompáñame— menciono, con una voz suave. Pero al instante Mariza, enfureció, su respiración se volvió acelerada, apretó las manos hacia sus muslos.
— ¡Soy un Maldita Ciega!.............!Acaso no lo entiendes¡ — su voz resonó en la habitación, se puso en pie y camino, pero a los cinco pasos tropezó con el jarrón, cayendo de rodillas, comenzó a llorar, al instante Didier se acercó, la tomo del brazo, pero su hija forcejeo de inmediato, susurrando —puedo hacerlo sola— pero segundos después seguí en el suelo, llorando para sí, la frustración había llegado de nuevo, el padre la tomo de la cabeza.
—El hecho de que seas ciega, no quiere decir que te encierres, puedes vivir , y hazlo al Máximo mi Mariza— dijo, que al tiempo la beso en la frente y la llevo a sus brazos.
—Agnés— llamo Didier, a pocos segundo cruzando la habitación me presente en la sala
—ayuda a Mariza, Iremos al cinema — ordeno el hombre, mientras frotaba en brazo de su hija.
—Estaré aquí esperándote— agrego, tomando asiento en el gran sofá.
Pues hacia poco, Mariza había terminado el colegio y el mejor regalo era pasar junto a su padre.
El viernes por la noche, nos encontrábamos en el centro comercial del Norte, el señor Didier se puso más pálido de su color normal, a cada minuto secaba sus manos en el pañuelo gris de seda, con sus zapatos relucientes, se acercó a las ventanillas, compro tres entradas, la película empezada a las siete de la noche y estábamos allí con media hora de anticipación en una fila. Didier allí parado, empezó a mirar todas partes, como si buscara a alguien.
La fila comenzó a cortarse, con el boleto en la mano entramos a la sala cinco, entre tanto barullo tómanos asiento, Mariza 25B, Didier 26B y Agnés 24B. Al cabo de unos minutos las luces se apagaron y Mariza refunfuñaba sin parar, pero a media película solo fruncía el ceño, reía cuando todos reía, pues aquello se convirtió en la mejor la terapia para aquella señorita.
Mientras bajábamos los escalones dirigiéndonos a la salida.
— ¿necesito la humilde opinión de Mariza? — repuso Didier, con un hilo de acento francés.
—Está bien, me equivoque— aclaro Mariza, sonriendo de oreja a oreja.
— ¿Cuándo pasaran una película erótica?— pregunto la muchacha en son burla, mientras caminábamos fuera del cinema
— ¡Mariza! — reprendió Didier.
Didier comenzó a buscar en sus bolsillos el teléfono, pero no lo encontró, regreso de inmediato a la sala cinco, tardo más de veinte minutos en volver. Al paso que se acercaba, dejo de apretar los puños.
— ¿Pa, lo has encontrado? — pregunto Mariza, agarrándose del brazo de Didier. Pues aquel hombre, ya no sonreía.
—Si— respondió secamente. 
— ¿Que dices si vamos por un café? — comento Mariza, intentando seguir el paso apresurado de su padre.
—No me apetece—repuso, con una voz vaga, apretando con rapidez el botón del ascensor.
—Pero aquí sirven el Café que a ti te gusta— dijo la muchacha, que al tiempo las puertas del ascensor se cerraban.
— ¡NO MARIZA, NO QUIERO CAFÉ! — grito, como un volcán que había estaba apacible por tanto tiempo, llevo sus manos hacia su rostro, se quejó.
—Lo siento— agrego, entre la música suave del ascensor.
En el parqueadero, el señor Didier, nos dejó solas por unos minutos, pero después apareció con tres vasos de café, el más negro y agridulce que eh probado, pues con ello había alegrado a Mariza.
Durante los tres meses que estuvo aquí, lo único que hicieron es ir al cine. El día que culminaba las vacaciones del señor, Mariza fue al aeropuerto a despedirlo, pero en su cara se volvía a notar la frustración, con sus ojos hinchados.
—No dejes de apañarte la vida, solo necesitas un poco de Adrenalina aquí— repuso mientras señalaba su corazón, que al instante Mariza salto a sus brazos, pues ella había rechazado ir devuelta a Francia, y, sabía que, no volvería a ver a su Padre por un largo tiempo.
Didier había aclarado que me podía quedar treinta días más, pues allá en Francia me necesitaban, y si decidía quedarme, perdería mi trabajo, pues aquella idea, no le agradaba a la señorita Mariza.
Durante el mes siguiente, Mariza  había extrañado a su padre, no había parado de ir los viernes al cinema.

A las ocho de la noche, acompañada de 2 valijas y un bolso, me encontraba agitando la mano en son de despedida, una mezcla de felicidad y tristeza cruzaba en mi ser, pues, volvería a Francia.

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sábado, 11 de febrero de 2017

Capítulo 5

El Color De Sus Ojos



Un Salto más

—Hey, Samuel aquí viene la chica de los viernes — susurro Henry acercándose de forma indiscreta.
Alce la mirada hacia la fila de personas que esperaban con ansias al estreno de una película, en cuya hilera se encontraba Mariza, con aquel abrigo Marrón que le llegaba hasta sus rodillas. Henry que se encontraba a mi derecha, ordeno que deje pasar a la muchedumbre, con el boleto en la mano, cada joven comenzó a pasar a la sala cinco. En cada estreno era "siguiente, siguiente, disfrutar de su película", pues un vaso agua me vendría bien.
—Hola Samuel— menciono, mientras sostenía el boleto en su mano derecha, la tomé respondiendo el Saludo, disfrute de la Película, fueron mis palabras, al momento que Mariza sonrió.
La noche se había apoderado del centro comercial, la película tenía una duración de exactamente dos horas, pero la gente comenzó a salir a la hora y treinta minutos, en cinco minutos los pasillos del cinema estaban solos. Pues era la última función y lo único que quedaba por hacer era el aseo de la sala cinco. Las leves luces se encendieron dando aviso que la película había terminado, pero en su interior aún se escuchaba la banda sonora, en cuya pantalla se desplazaban los créditos del estreno. Y en el asiento número 25B aún seguía Mariza.
— ¿tienes miedo a las alturas? — pregunto, llevándose una palomita a la boca.
—No— respondí, llevando unas bolsas vacías de palomitas al basurero.
Mariza comenzó a bajar muy despacio los escalones, se detuvo y un destello de temor, se formó en el rostro de Mariza.
—Aún sigo aquí— repuse acercándome al escalón, ella sonrió levemente.
—Electricidad en el cuerpo, adrenalina — dijo Mariza.

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Cada mañana en el trole encontraba a Mariza, siempre dirigiéndose al mismo lugar, siempre bajando del trole en la misma estación. Después de tantas mañanas, una de ellas, la seguí, caminaba derecha, contando los pasos y no podía faltar el abrigo, aun siendo una mañana cálida, cubría su cabeza con aquella capucha que era aún más inmensa.
A unos pasos más adelante, quebró hacia la izquierda, llegando a un callejón, donde al final se encontraba una puerta, apretó la manija y cerro tras ella, en su interior, una recepción que no carecía de luz, al acercarme, intente hablar, pero al instante la recepcionista lo hizo primero.
—Has asistido por el programa de entrenamientos— dijo, sacando un formulario del archivero —si no tienes un entrenador, podemos proporcionarte uno, nos especializamos en la gimnasia, si te interesa podemos programar una prueba para el día...... — saco una agenda, mientras revolotea en las páginas, al lado izquierdo de la habitación, la pared era de Vidrio, hacia el otro lado se encontraba, una sala de entrenamiento enorme, pues allí, estaba Mariza, sobre una cama elástica brincando, y en cada segundo más y más alto—Para el día de mañana— interrumpió, la recepcionista mientras anotaba en su agenda.
—No es necesario— refute, que al tiempo, la señora cerro su agenda con brusquedad.
—Aquella, chica— señale hacia Mariza, que al momento la recepcionista entrono sus ojos a través del cristal
—ah, Mariza ........, solo viene por la cama elástica— dijo, mientras tomaba asiento tras aquel escritorio.
El sonido de los resortes, hacía eco en la habitación.
Me quite los zapatos y de un solo salto aterrice en la cama elástica interrumpiendo el próximo salto de Mariza, que desde ese punto podía escuchar su corazón, que al tiempo su respiración es acelerada.
— ¿Adrenalina? — dije entre tanto silencio.
—Hola— dijo con entusiasmo—pues si— agrego, cruzo sus piernas, tomo asiento, que al tiempo nuestros pies tuvieron contacto.
—Es el único lugar donde puedo sentirme en lo alto— dijo, cerrando sus ojos.
—No, existen muchos lugares— repuse. Tomándome los pies, —por ejemplo, el mirador...—
—El mirador yaku, la Foresta, el mirador de la cima del panecillo, además el del parque Itchimbía, el mirador Cruz Loma..........— menciono enumerando con sus dedos, pues había ido a todos y ninguno de ellos tenía la satisfacción completa que buscaba Mariza. Con un leve movimiento tomo mis manos y halo hacia ella, pues me había congelado ante aquello.
—Ya que estas aquí, salta conmigo— menciono, interrumpiendo mí espacio personal.
Comenzamos con un leve salto.
—una amiga de mi madre, ha tomado unas vacaciones y ha mencionado que visitara algunos lugares, del Ecuador— repuso, entre otro salto, que al tanto su cabello perdía la gravedad. —pues le eh pedido que me llevase, pero mi madre se ha opuesto rotundamente; quiero por una vez en la vida, irme sola y que nadie me vigile, pero aquello no lo comprenden— agrego, mientras nuestros pies tomaban impulso en la cama elástica.
— ¿y tú qué es lo que más quieres en esta vida? — pregunto, agitando sus manos, si aquella pregunta hubiese sido analizada con todo lo que pasaría, hubiese respondido, que lo único que quería, es estar junto a ella. Pero sabes que algunas personas, somos absolutamente estúpidos, sin saber, que todo lo que tienes está frente a tu nariz.  "No puedes vivir del amor", decía Susana, pero cuan equivocada estaba.
—poder fotografiar grandes momentos, que están escondidos allí, pero de algunas manera se las encontrara— mencione, que al tiempo llevaba aire hacia los pulmones.
—Enserio eres aburrido—repuso, con su voz cantarina. Solté una carcajada en son de burla.
—Son las nueve de la mañana en punto, son las nueve de la mañana punto— era aquella irritable voz del brazalete; bajamos, sobre aquel suelo pulido yacían nuestros zapatos.
—Déjame ayudarte— mencione, mientras tomaba su calzado amarillo, con sus piernas colando en la cama elástica, le coloque los zapatos.
Al salir de aquel callejón, aquella chica engancho su brazo hacia el mío, caminamos todo derecho llegando al Parque la Carolina, pues la conversación nos había llevado hasta allí.
No recuerdo cómo llegamos al tema de las bicicletas, pero a la tarde, Mariza había insistido mucho que le enseñase a montar una. En las casetas del Parque pedimos una bicicleta, pues contenía una canasta y además un timbre, que al tocarla, Mariza río, —dime al menos que no es rosada— dijo con una mueca en su rostro, no lo era —su color predominante es Rojo—conteste, tomando el volante, la llevamos a pocos pasos de allí, encontramos un lugar donde escaseaba la gente. Tome las manos de Mariza y las coloque sobre el volante, mientras ella montaba la bici, le explicaba que si tiene miedo de caer, solo frene, creo que no era el mejor consejo. Puso sus pies sobre el pedal, mientras la sostenía con una mano desde el asiento y con la otra desde el mango del volante, comenzó a pedalear despacio, se balanceaba mucho —es como cuando comienzas a caminar, tienes miedo de caer, pero con el tiempo, pierdes el miedo y empiezas a correr— comente, Mariza paro — Es más difícil de lo que creí— aclaro, llevando sus manos a la cintura —Cuando caminas cuentas tus pasos, porque te sientes confiada, pues hazlo así— repuse, monto nuevamente, a los cinco minutos comenzó a contar cada pedaleo, pues con una sonrisa amplia en su rostro sabía que estaba montando una bicicleta sin ayuda, pero a pocos pasos, levanto sus brazos, se había soltado del volante, corrí frenéticamente, alcanzándola caímos sobre pasto, y en vez de miedo Mariza solo sonreía, pues se encontraba sobre mí, mientras intentaba respirar mencione —Confiarte una bicicleta, no es bueno— al momento apoyo su cabeza en mi pecho, pues, desde allí podía escuchar el corazón.


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jueves, 2 de febrero de 2017

Capítulo 4


El Color De Sus Ojos


Mariza

A los seis años, desee tener una Hermana, se lo había pedido a mama, pero cada vez que lo hacía se echaba a llorar.
A los ocho años, comprendí que me gustaba la adrenalina, pues por equivocación tome una lata del refrigerador, que contenía un líquido café, pues aquella tarde, las emociones se sobresaltaron, al igual que la cama se partió por la mitad, no sabía cómo paso. Pero aun deseo una Hermana.
A los Diez años, me atreví a pedírselo de nuevo a Mama, pero esta vez, no respondió.
A los once, no volví a ver el sol, más la obscuridad se volvió mi compañía.
A los once y seis meses, nos fuimos a vivir a Francia cerca de los abuelos.
A los once y ocho meses deje de ir a la escuela, los libros que había comprado papá, quedaron abandonados. Con el tiempo, los gritos se escuchaban por toda la casa, ya no se callaban en mi presencia, pues a la hora de la comida prefería ir a la mesa que queda en cocina, junto con la chica de servicio.
A los doce años, comprendí que no tendría una hermana, porque una mañana, me levanto un beso cálido en la frente, apercibí una voz cerca de mi oído—Perdóname mi querida Mariza— después ya no volví a escuchar su voz.
A los trece años entre a la lista de espera para un cirugía, pues, las ganas de ver la lluvia en Noviembre se acrecentada, mientras papá, pasaba más tiempo de lo bebido en el despacho.
A los catorce, aún seguía en la lista de espera de un donante, pues la espere, se volvió interminable, solo quería descubrir lo que me rodeaba, un sueño, que al pasar de los meses se fue borrando, aceptarlo se había convertido en quedarme encerrada, donde solo eran voces.
A los Quince, descubrí que tengo un hermano, bueno, siempre quería una hermana, pero ya no importa, pues un día papá platicaba con un hombre que tenía una voz barítono,  —un hijo, del amor de mi juventud— dijo papá, — ¿y porque no regresaste por ella?— pregunto el hombre— para entonces ya era tarde— dijo con una voz ahogada.
A los Quince y cuatro meses, mamá empezó a llamarme, pues no estaba en Francia, estaba en su país natal; la extrañaba tanto, quería abrazarla y poder quedarme dormida en sus brazos.
A los Quince y Diez meses, la chica del servicio se convirtió en mi mejor amiga, que con su ayuda, obtuve más información sobre mi hermano.
A los Dieciséis, Agnés la chica del servicio, me entrego un trozo rectangular diciendo que es una fotografía de mi hermano, además, menciono que está en el continente americano, justo en la línea ecuatorial, en la ciudad donde se encontraba la mitad del mundo.
A los Diecisiete, recibí un regalo, Agnés coloco la caja en mis manos, para que rompiese el papel de regalo, la chica leyó la Nota —será de gran ayuda, espero que con ello puedes sentir la lluvia de Noviembre, posdata: no te empapes demasiado, con amor Mamá.
Agnés, explico que era un brazalete, blanco, que después lo coloco en mi muñeca derecha, además esta cosa tiene voz propia con GPS integrado, gracias al brazalete a prendí a llegar al balcón que se encontraba a diez pasos, gira a la derecha, cinco pasos, donde por fin podía escuchar el exterior, pues ahora ya no necesitaba mucho de Agnés
A los diecisiete y cinco meses, llame a Ecuador por mi propia cuenta, para agradecerle a Mamá por el regalo; su alegría se escuchaba a tras de la línea, que al final me propuso que pasara las vacaciones en su País.
A los diecisiete y diez meses, Papa accedió a dejarme viajar, con una condición, que, Agnés me acompañaría, así las vacaciones serian mejor en compañía de Agnés.
Hicimos este viaje no solo por mamá, además, quería conocer a mi hermano que se encontraba en el mismo País, bueno, eso aclaro Agnés.

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