miércoles, 8 de marzo de 2017

CAPÍTULO 7

El Color De Sus Ojos



¿Vértigo?

Todo es oscuro, la niebla es más espesa, sentado en un columpio, escuchando el rechinar de las cadenas oxidadas, puedo verme allí, a mí, al Samuel de Diez años.
—¿Mamá?— el niño pregunto en medio de la obscuridad, haciendo eco su voz.
—Aquí Samuel— era la voz de su madre, por más que agudizaba su oído, no encontraba su origen, una ráfaga de viento paso por encima de él. Samuel comenzó a cubrirse los oídos, pero era inevitable, escuchar esa voz.
— ¡ABANDONADO POR NO SER QUERIDO! — cerro sus ojos, que al tiempo susurraba ¬—no, no, no, no, no— Su corazón no tenía cavidad en su pecho.
¡TIM, TIM, TIM, TIM!
Con sus ojos bien abiertos, su respiración entrecortada, en su rostro se deslizaba golas de sudor, su teléfono suena, en la mesita de alado.
—Halo— dijo encendiendo la luz de aquella lámpara azul.
— ¿Samuel? — dijo una voz cantarina a través de la línea.
—Sí, ¿Mariza?, son las tres ......de la mañana— dijo el muchacho mirando el reloj.
—Me encuentro en el terminal, necesito ayuda, podrías venir lo más pronto— dijo Mariza, cortando la línea.
Samuel, aún seguía en la pesadilla, se puso en pie, con los ojos somnolientos, se colocó un jean y el abrigo negro que se encontraba en el ropero, tomo el morral, y salió de la habitación.
La obscuridad yacía en aquel cielo gris, bastaba con respirar para sentir el frió en tu nariz, después de estar en un taxi veinte minutos, escuchando los pasillos de Julio Jaramillo, llego al terminal, donde solo existía luz en la boletaría, cerca de las ventanillas, se encontraba Mariza, podías distinguirla por el brillar de su brazalete.
—Que sucede— dijo el muchacho, seguido de un bostezo. La chica al escuchar su voz, tomo las manos de Samuel y en ellas coloco un ticket, se froto los ojos y entre la luminosidad de los faroles el chico miro el trozo de papel.

Realizaría un viaje, de eso estaba seguro, porque  de su hombro izquierdo colgaba una mochila.
—Pues tu autobús sale en diez minutos— dijo Samuel, que al momento vio a Mariza de soslayo, tomo la mochila de la chica y  con la otra mano dirigió a Mariza hacia la salida de los autobuses. A unos pasos más adelante encontramos el autobús, pues en el yacían muchas personas, colocando su equipaje en él. A tres asientos más adelante, junto a la ventana, Mariza tomo asiento. Al instante el autobús se encendió, Samuel, corrió frenéticamente a puerta de salida, pero esta ya se encontraba cerrada.
—vuelva a su asiento, joven— dijo un hombre alto, acompañado de una voz áspera.
—Pero......pero....pero— dijo Samuel, forcejeando la puerta y el hombre interrumpió.
—una vez cerrada la puerta, ya no se abre hasta llegar a su destino— dijo el hombre mientras encendía la radio.
El chico, regreso junto a Mariza, que ella al momento le entrego un boleto.
—Tu boleto— repuso Mariza, colocándose un gorro de lana en la cabeza, mientras sonreía.
Samuel había estado tan cansado, que a pocos segundos que se apagaron las luces, sus ojos se entraron en la obscuridad.

Su cuerpo se movía de izquierda a derecha, ¿acaso estaba ocurriendo un temblor?, en el fondo se escuchaba una canción leve pero clara, pero Samuel no tenía un radio en la habitación, un rayo de luz ilumino en su rostro, pero, ¿cómo podía entrar un rayo de luz?, Si a su ventana la había cubierto con cartulina negra la noche anterior.
Aquella tenue luz, término con mi sueño, al abrir los ojos, encontrarme en un autobús y luego recordar que todo lo que sucedió en el terminal, el bus, no era un sueño.
—Dime al menos, sabes a donde vamos— repuso Samuel, volteándose, fijo su mirada en Mariza, a punto de poder fulminarla.
—Otavalo— dijo la chica, que esta escondía su rostro dentro de una enorme capucha, el chico, frunció el ceño, tomo la muñeca derecha de Mariza, en la cual se colocaba el brazalete y llevándose cerca de su boca
— ¿Dónde me encuentro? — pregunto, con una voz frenética.
—provincia de Imbabura, entrando a la ciudad de Otavalo, con un población de 39 354 habitantes, más reconocida como el valle del amanecer,¬ Otavalo ha sido declarada como "Capital intercultural de Ecuador" por ser un ciudad con enorme potencial en varios aspectos, poseedor de un encanto paisajístico, riqueza cultural, historia y desarrollo comercial. Este valle andino es hogar de la etnia indígena kichwa de los Otavalos, famosos por su habilidad textil y comercial, características que han dado lugar al mercado artesanal indígena más grande de Sudamérica—
Informo el brazalete
Durante los minutos que faltaban para llegar al terminal de Otavalo, el chico guardo silencio. Tras bajar del autobús, Samuel se forzó a cambiar de cara, pues le había librado de un día apañado de corregir exámenes de los alumnos de su Madre.
—Solo quiero visitar un lugar— dijo Mariza, saco de uno de sus bolsillo, un reproductor casero, al presionar el botón a iniciar, la cinta comenzó a circular, escuchándose una voz.
—Ya que has decidido quedarte en el Ecuador, una idea errónea Mariza, pero aún no termino de entender a mi hija. Lo único que puedo hacer es apoyarte y darte tiempo. Agnés me ha platicado de tu idea de conocer lugares donde encuentres la "famosa Adrenalina", que pena no poder hacer ese viaje contigo, pero yo sé que lo harás. Pues aquí te dejo algunos lugares que tienes que visitarlos. En Otavalo, hay muchos lugares donde el paisaje se puede contemplar, pero uno de ellos, es la cascada de Peguche, ve allí y sabrás de lo que habló Mariza— presiono el botón para detener la reproducción.
Su padre, Antes de volver a Francia, le obsequió aquel reproductor, pero la chica nunca se afano por grabar notas de voz, hace una semana, lo encontró en el interior de sus zapatos favoritos y lo había estado escuchando la noche anterior.
Mariza tomo aire, alzo la manga de su abrigo, pregunto a su brazalete como llegar aquel lugar, pero al momento el brazalete, respondió
—La actualización de los Datos del día miércoles 11 de Noviembre del 2009, han sido borradas el día jueves 12 de Noviembre del 2009 a la 1:24 de la mañana, solo puede facilitarle con datos permanentes—
— ¡Mierda, mierda, mierda!— maldijo Mariza, apretando sus puños —porque no lo pensé— Era la primera vez que Mariza enfurecía de esa manera, pues comenzó a caminar mientras hablaba o maldecía, es inevitable reír cuando se ponía así.
Pues su brazalete no le llevaría a ningún lado y esta vez seria yo su guía, con su brazo enganchado en el mío, llegamos a Peguche, en su entraba se encontraba un tronco inmenso, Mariza tomo asiento en él y por suerte no he olvidado llevar la cámara.
—Los árboles son inmensos, la luz apenas atraviesa el bosque— mencione, mientras caminábamos en un  estrecho sendero formado de piedras con muros en los costados, tal vez llevaban años aquí, cubiertos de musgo, adornados por el roció de la mañana.
— ¿a quién maldecías? — pregunte, tomando una fotografía del camino.
—A mi madre, pues ella fue la que borro los datos del brazalete— respondió, que pocos minutos de haber caminado, se escuchaba la cascada, pues a unos veinte metros, el agua caía sin parar.
—Es una cascada enorme, creo que podemos acercarnos— repuse, contemplado aquel paisaje, cruzamos un puente que se situaba frente a ella, a su lado derecho se encontraba una enorme roca, tras acercarnos, el viento soplaba acompañado de una leve lluvia que provenía de la cascada, pues Mariza decido subir aquella roca, el ruido era extraordinario, la fuerza del agua cayendo traía un leve chispeo de agua hacia nosotros, el cabello de Mariza se levanta a causa del viento al igual me mi abrigo, al levantar la mirada, el agua descendía de una altura extraordinaria.
—Ahora sí que lo sé— dijo gritando entre todo el ruido del agua, Mariza yacía cerrado sus ojos con una leve sonrisa, pues tome todas las fotografías necesarias.
—Ya nos empapamos demasiado— repuse alzando la voz cerca de su oído, la tome de la mano y bajamos aquella roca resbalosa y verdosa. Si, nos habíamos empapado, pues hacía frío, pero aquello no le importaba a Mariza, temblaba tal cual como una gelatina.
Al lado izquierdo, en una cuesta inclinada llena de rocas, subimos a una chocita, que su piso es de tabla, con un rotulo "mirador" en su techo de paja, de alguna forma podías ver el arco iris, con sus colores claros, que se disolvían en el agua.
Pues aquella vez no fue la única que me levanto por la Madrugara pidiendo ayuda, la siguiente fuimos hacia
—Mindo, queda a una hora de quito, con un bosque frondoso, denominado como el Bosque Protector Mindo Nambillo, ecosistema en el cual habitan unas 500 variedades de aves y 90 especies de mariposas. Igualmente en el parque de reserva de Mindo se han identificado más de 170 especies de orquídeas y abundan bromelias, heliconias, helechos, vides, musgos y líquenes. Pero demasiados escalares, enserio Mariza demasiados, pero allí puedes saltar hacia el vacío confiado en una cuerda, además con un salto puedes entrar a las profundidades del agua— Dijo aquella voz que salía del reproductor.
Al final de todas esa gradas, se encontraba un abismo, de fondo un rió profundo, pero tenebroso, exactamente ¿a qué le temía Mariza?, porque a minutos se colocó un chaleco salvavidas.
—Vamos Samuel, será divertido — dijo abrochándose el chaleco, estaba muy cerca del abismo, uno de los guía se la acerco y comenzó a darle indicaciones de cómo debía saltar.
—Tan solo si vieras la altura— mencione, tratando de tragar saliva, podría ser unos Diez metros, uno de los guías, tomo vuelo y salto hacia el fondo, a los minutos salió a flote, con la ayuda de otro hombre.
—Puedes llamarme cobarde, pero, yo, no salto— repuse mientras un hombre, me colocaba un chaleco.
—Solo cierra los ojos — dijo mientras toma mi mano, pues no lo hice, un guía nos dirigió a la punta del abismo.
—Serás la culpable al causarme vértigo— mencione, aferrándome a su mano, la respiración inflaba mi pecho, no de emoción, si no de miedo, al ver aquella altura.
—Solo cierra los ojos— dijo por segunda vez, y lo hice.
—A las tres — propuso ella.
— ¡UNO!— las rodillas, comenzaron a temblar.
— ¡DOS!— dijo Mariza, presionando sus dedos hacia la palma de mi mano.
— ¡TRES!— con solo un salto y un grito ahogador, caímos a la profundidades del agua, pues el miedo se aceleró, al abrir los ojos, la transparencia del agua dejaba ver a Mariza con su cabello sin control, aquellos ojos color caramelo habían electrizado mi ser, allí abajo, el miedo se disipo, a pocos segundos salimos a flote.
— ¡Tenemos que saltar de nuevo Samuel! — dijo intentando llevar aire hacia sus pulmones.
Pues el Padre de Mariza tenía razón sobre los escalones, subíamos entre veinte escalones y descanso, en cada parada aproveche para capturar, lo que en tu memoria se desvanece. 


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